El proceso de selección de candidata o candidato a la presidencia de Morena me merece varias observaciones.
Primera. ¿Por qué fue cooptado el intento de Ebrard por regular en Morena el proceso interno de selección? ¿Marcelo se jugaba el todo por el todo, sabedor de que el presidente se decantará por Claudia? O ¿apoyado por grupos de Estados Unidos hacía sentir su fuerza y presionaba al presidente para conseguir “piso parejo”? ¿El presidente decidió arrebatarle la iniciativa para imponer él las reglas, confiando en la ventaja de Claudia y, así, tener argumentos para no ceder a presiones externas a favor del ex canciller? Todas estas preguntas caben porque parecería que es a Marcelo a quien favorece este proceso.
Segunda. La organización del proceso pone de manifiesto la seguridad que el presidente tiene—con base en sus altos índices de popularidad—en que el proceso electoral se realizará de acuerdo a sus cálculos. Asume, sin dudas, que su partido ganará la elección del año próximo y que los aspirantes derrotados ocuparán las posiciones que él ya ha decidido. López Obrador ha mandado un mensaje claro: no sólo ha restituido el presidencialismo que vivía un proceso de extinción, sino que pretende convertirlo en una realidad de largo plazo. No sólo eso: hace ver, especialmente a sus elegidos, que mantendrá el control del poder desde su rancho, una vez que entregue la banda presidencial.
Tercera. Es tal la seguridad que se tiene en el resultado del proceso de selección y de la elección presidencial que la competencia fue diseñada más como una pasarela que como un cotejo democrático. La prohibición a los aspirantes a debatir y a acercarse a los medios descalificados como “conservadores” impide a la ciudadanía conocer con claridad y profundidad cuáles son los proyectos políticos que los aspirantes proponen y cuáles serían las prioridades en cada uno de ellos. No se trata de elevar a la presidencia a la candidata o al candidato más agradable o más simpático. Se trata de conocer a fondo qué proponen para atender las grandes necesidades que tiene el país.
Cuarta. Si bien el diseño del proceso está orientado a posicionar fuertemente a su candidata o candidato, tiene otros propósitos. Uno de ellos: convertir al INE, de nueva cuenta, en objeto de las miradas y las críticas públicas. No hay ninguna duda: estas precampañas violan la ley electoral vigente y ante denuncias del Partido de la Revolución Democrática y de Movimiento Ciudadano, el Instituto tendrá que exigir a Morena suspender el proceso. Así, el presidente y sus seguidores emprenderán de nueva cuenta una campaña de hostigamiento contra el cuerpo electoral. Nótese que en su reunión con los consejeros del INE, el presidente enfatizó que la democracia es el gobierno del “pueblo”, gesto nada gratuito porque siempre se ha personificado como la encarnación del “pueblo”. Muy posiblemente, el Tribunal Federal Electoral resultará salpicado también, lo que abrirá la puerta contra nuevas arremetidas contra el Poder Judicial.
Quinta. ¿Qué pasará si Claudia no gana las encuestas? ¿Qué pasará si no hay coincidencia en las cinco encuestas? ¿Respetará el presidente los resultados? Seguramente, durante los días que los contendientes tengan para promover sus personas, diferentes casas encuestadoras estarán reportando la situación de la contienda. ¿Qué pasará si en el trayecto algún candidato que no sea Claudia se apodera de la delantera y se convierte en el favorito de la población? ¿Renunciará el presidente a ser él el “destapador”? Recordemos que señaló, tiempo atrás, que él era quien destaparía la “corcholata” que se encaminará hacia la candidatura y la silla. ¿Podrá un hombre que siempre ha hecho hasta lo imposible por imponer su voluntad aceptar que unas encuestas designen a quien le sucederá? Porque, independientemente de que haya hecho los cálculos necesarios para que las cosas no se salgan de control y él quede protegido, bien sabe que si sus expectativas no se cumplen, la sucesión podría complicarse, así como sus posibilidades de preservar la capacidad de influir en decisiones del futuro gobierno.
Sexta. Aún no inician las precampañas y ya empiezan a notarse fricciones y desacuerdos entre los seis aspirantes. ¿De verdad respetarán todos los resultados? ¿Claudia aceptaría una derrota? ¿Y Marcelo? ¿Nadie reclamaría trampas y/o excesos?
Séptima. No hay duda: abrir la sucesión de manera tan anticipada es una jugada magistral: la atención estará centrada desde ya en quienes aspiran a ganar la candidatura, sus ataques, sus excesos, y también sus propuestas. ¿Los problemas nacionales? ¡No importan, ya después serán atendidos!
Habrá que ver. Esto apenas comienza.