Un hecho es incontrovertible: la estrategia presidencial de reducir la alta complejidad alcanzada por la sociedad mexicana con base en simplismos ha resultado altamente exitosa.
Las precampañas de los aspirantes morenistas a la presidencia lo han dejado más claro que nunca.
López Obrador ha producido una regresión que ha borrado los cambios promovidos durante las últimas cinco décadas por actores de la sociedad civil y que habían forzado cambios en la arquitectura institucional del país y en el diseño de las políticas públicas. La carrera por la sucesión presidencial ha iniciado contraviniendo la ley electoral, con la pasividad del árbitro, regida por un guión antidemocrático escrito por el presidente y en la que destacan los elogios al presidente y la ausencia de diagnósticos y propuestas.
El presidente ha definido los candidatos, los tiempos de campaña, las características de ellas y la simulación discursiva, además de que ha debilitado al árbitro electoral. Esto es posible porque el presidente ha concentrado el poder valiéndose del poder militar, de las autoridades fiscales, de la descalificación diaria sin derecho de réplica y de la vergonzosa actuación de una oposición partidaria, tan insignificante como estéril.
La estrategia se ha basado en dos mecanismos. El primero, ejercer el poder pretendiendo hacerlo desde la “oposición”; el presidente, asumiéndose representante del “pueblo excluido” se ha dedicado a “combatir” a quienes, por años, excluyeron al pueblo. Evita, así, que él sea objeto de los múltiples reclamos propios de una sociedad compleja. Son los otros, los de la “mafia del poder” y los conservadores neoliberales, a quienes se debe ser recriminar.
El segundo, consecuencia del primero: un discurso dicotómico en el que sólo son identificables, por un lado, el pueblo bueno, alineado con sus representantes y, por otro, sus enemigos, los conservadores que atacan al bien porque perdieron los privilegios de los que gozaban, productos del abuso y de la explotación. De esa manera, la complejidad de asuntos a atender se reduce a dos: las necesidades del pueblo bueno y los reclamos de quienes pretenden recuperar prerrogativas. Lo demás es obvio: es el presidente quien decide cuáles son las necesidades del pueblo bueno. Las inconformidades con esas decisiones se resuelven modificando las etiquetas de quienes alcen la voz, pues el acto mismo de oponerse los delata: pertenecen al grupo de quienes gozaron de concesiones.
Las campañas de los aspirantes no pueden alterar esta narrativa, so pena que el “destapador” descubra que durante mucho tiempo cobijó a personas traidoras. Marcelo, Claudia. Adán, Gerardo, Ricardo y Manuel se han dedicado a endulzarle el oído al presidente y a ratificarle a la clientela política del presidente que no hay camino nuevo a inventar porque el rumbo hacia la felicidad ya ha sido trazado y sobre él andamos. Imposible, así, referir a la inseguridad cada vez más marcada que aqueja al país.
Imposible referir al estado crítico de un sistema de salud que no era bueno, pero que prestaba—sin embargo—algunos servicios de calidad, como los propios del Seguro Popular y que hoy han quedado eliminados. Prohibido tocar temas propios de la economía, como que la inversión pública, hoy, se encuentra casi al cincuenta por ciento debajo de su máximo histórico, registrado el primer trimestre de 2009 y que la inversión privada está casi dos puntos porcentuales abajo del máximo histórico, alcanzado en 2018. Inaceptable insinuar siquiera que la política de abrazos le ha reportado al crimen organizado avances significativos en el control del territorio nacional y en su presencia en la economía nacional. Inapropiado, también, hacer pública la corrupción del actual régimen, como también exponer que nuestras relaciones con el mundo más allá de nuestras fronteras requieren ser replanteadas.
Prohibido, en síntesis, proferir otros argumentos que no sean loas, porras y solicitudes de aplausos para nuestro gran prócer.
No obstante, todos ellos saben que, en el futuro, quien alcance el beneficio de las encuestas deberá más pronto que tarde hacer frente al cúmulo de problemas, profundizados unos, creados otros, por un presidente que llegó al poder con el firme propósito de acumular y conservar el poder, no con el de gobernar. Tienen claro, aunque no puedan expresarlo que, de ganar la encuesta y la elección, no podrán mantener el discurso polarizante porque carecen del carisma que tiene el hoy presidente y porque, con escasos recursos, tendrán que ocuparse de hacer crecer a México y a atacar, sin demagogia y con verdadero compromiso, las terribles desigualdades que tenemos y que, reconózcase o no, se ha profundizado estos últimos años.