Más allá de las multiplicadas especulaciones de últimas fechas, no son pocas las encuestas que reportan una clara ventaja de la candidata oficialista en la carrera por la presidencia que ha arrancado recientemente. No podemos obviar este hecho si queremos pensar sobre nuestro futuro. Claudia ha respetado el guion que López Obrador le puso en sus manos desde el inicio mismo de su gestión. Ve lo que él ve; cree lo mismo que él. Repite, sin empacho, su discurso, además de que hace esfuerzos—fallidos, por supuesto—por copiarle el acento tabasqueño. Convencida de que será la primera mujer mexicana que consiga la presidencia, no ha dudado un segundo en comportarse de la manera en la que se le ha dictado. El fin, parece pensar, justifica los medios.
En esta primera etapa del proceso electoral, que de precampaña nada tiene, pues sólo hay un aspirante por alianza, Claudia no se ha apartado un ápice de la línea que se le ha trazado y no ha dado muestras públicas de molestia, a pesar de que el descarrilamiento de su candidato a la Ciudad de México ha sido interpretado por muchos analistas como una advertencia: el camino ya está trazado y como señal de control: y seguirá siendo trazado por quien lo delineó inicialmente. Concedamos, sin admitir, que el resultado electoral se corresponderá con lo que las encuestas vaticinan. Resulta obligado, entonces, preguntarse si Claudia será capaz en algún momento de detener la mímesis y dejar salir a quien ella realmente es. En conversaciones privadas se identifican dos versiones. La primera, fundamentada en la vieja cultura política mexicana del poder, sostiene que una vez que llegue a la presidencia marcará sus límites y se alejará de los dictados de López Obrador. La segunda, por el contrario, afirma que sus esfuerzos por independizarse serán infructuosos. Veamos.
La recurrente práctica de “parricidio”, convertida en ritual de iniciación por los presidentes del viejo PRI, gobierna la primera hipótesis. Dado que Morena se ha convertido en fuerza hegemónica y que muchos de sus actuales líderes, empezando por el presidente mismo, tienen hondas raíces tricolores, la hipótesis adquiere credibilidad por la naturalidad surgida de similitud y comparación. Esta versión sugiere que, al igual que lo hicieron todos los presidentes priistas, Claudia conseguirá hacerse del poder en no mucho tiempo.
Sin embargo, el análisis fundado en la costumbre pierde de vista que ninguno otro presidente había conseguido concentrar el poder—no sólo en el cargo sino en su persona—como lo ha hecho López Obrador. Su estilo autocrático no ha respetado poderes ni instituciones y con base en decisiones autoritarias y sin ceder nada, ha ubicado en posiciones importantes a gente que, por cualesquiera que sean las razones, le son leales. El respeto que Claudia ha tenido por el guion de Palacio es inédito en candidato oficialista alguno.
El asesinato de Colosio ha sido leído como una reacción de disgusto de Salinas por su discurso crítico, pero Zedillo tuvo comportamientos independientes, como candidato y como presidente. Por si fuera poco, la ley de revocación conseguida por López Obrador fue pensada como instrumento de control a ser explotado a partir del próximo sexenio, más que como un ejercicio de autocrítica. De ganar la presidencia, Claudia estará muy acotada. Tendrá que nombrar un gabinete con gente más cercana a ella que al hoy presidente, cosa que, por el momento, se antoja difícil. Por lo pronto, está rodeada por otros precandidatos, todos controlados por Andrés Manuel. Habrá que ver cómo se componen las cámaras y quiénes ocuparán los liderazgos oficialistas en ellas.
El poder de Claudia dependerá de ellos. Poco visible y pocas veces mencionado, Andrés Manuel hijo, hoy eje del control político, será un elemento que difícilmente ella podrá eliminar. Andy, como es conocido, con fuerte presencia en todas las secretarías de estado, habrá de continuar el juego del clan familiar. Finalmente, para empoderarse, Claudia tendrá que ubicar en la Defensa a un general que no pertenezca al fuerte grupo de Luis Cresencio Sandoval. Requerirá lealtad para ella, no para el expresidente. Todo apunta, pues, a que Claudia tendrá que batallar mucho los tres primeros años para ser ella, para concentrar el poder de la presidencia.
Así pues, el futuro de Claudia Sheinbaum podrá ser terso en la medida en que continúe aceptando ser manejada desde el rancho chiapaneco y en la medida en que no trate de modificar el personaje, lamentable, que ha aceptado crear.
Su futuro será muy complicado en la medida en que trate de sacudirse los controles y mostrarse ella.
En cualquiera de los dos escenarios, el futuro de México se ve complicado y, sin duda, lo será.