Beatriz Paredes reconoció públicamente que las encuestas favorecían ampliamente a Xóchitl Gálvez y le dejó el camino libre para que se convierta en la abanderada del Frente Amplio por México, sin que dejara claras las razones por las cuales aceptó la propuesta del líder priísta, Alito. De esa manera, ha quedado interrumpido un proceso inédito en la historia partidaria de México. A partir de ahora y hasta que el proceso electoral del año próximo tenga lugar, los reflectores y la atención estarán dirigidos hacia Xóchitl. Sin embargo, el personaje de Beatriz, así como su decisión, merecen y reclaman análisis. Su retiro no debe entenderse sólo contextualmente; dice mucho del México que vivimos.
Beatriz ha demostrado siempre, ser una mujer pragmática haciendo frente a los problemas y promoviendo soluciones basadas en conocimiento y trabajo en equipo. De todos los aspirantes de este período—incluidos los oficialistas—Beatriz es la única que posee una visión de estado. Si bien a lo largo de su muy larga carrera Beatriz ha dado muestras de cordura y equilibrio, su inquebrantable posición crítica se destacó durante estos años en los que la conversación pública ha dejado de ser tal para convertirse en un circo de gritos e insultos. Cuando la Guardia Nacional pasó a ser controlada por la Secretaría de la Defensa, Beatriz pronunció—desde la tribuna del Senado—uno de los discursos más objetivos, respetuosos, pero no por ello menos críticos de ese momento. Léase, además, el texto que reproduce las palabras con las que reconoció no ser favorecida por las encuestas. Destaca ahí, el hecho de que supedita su adhesión al frente a su programa de gobierno y a su evolución democrática.
Cierto es que, como han sostenido algunos analistas, su pertenencia al PRI es una carga que actúa en su contra. Pero no es ésa la principal razón por la cual Beatriz no pudo alcanzar a Xóchitl en las encuestas y no pudo convertirse en candidata a la presidencia, lo que siempre ha soñado. Hay una razón más de peso: Beatriz podría, muy posiblemente, ser una buena presidenta, pero difícilmente sería, en estos tiempos especialmente, buena candidata.
La evolución cultural de la sociedad del espectáculo, el creciente poder de los populismos en el mundo y la proliferación de las tecnologías de la comunicación han convertido a los procesos electorales—prácticamente en todo el mundo democrático—en festivales de estimación y admiración. Quienes buscan el apoyo popular prestan poca atención a los problemas reales y ofrecen pocas, si es que algunas, propuestas concretas. Se dedican a gustar, a ser aplaudidos, a ser queridos; a caerle bien a los votantes, para luego olvidarse de ellos. Beatriz es la antítesis de este modelo de políticos.
En tiempos de confrontación polarizada, como la que vivimos, quien habla con respeto, quien se preocupa por identificar problemas e identificar sus causas y, en consecuencia, propone políticas para atenderlos, poca atención recibe. Los problemas son complejos y reclaman soluciones igualmente complejas. En tiempos de polarización, los discursos de la confrontación simplifican y ofrecen respuestas inmediatas.
En tiempos de polarización, la gente necesita héroes que le ofrezca respuestas inmediatas y mágicas.
Es posible, como ha sido señalado estos días, que Alito haya sido apremiado desde Palacio Nacional para dar por terminado el proceso y proporcionarle, así, armas al presidente para desacreditar a la oposición desde su púlpito mañanero.
La hipótesis tiene fuerza. Sin votación, la versión de López Obrador de que el Frente es manejado por Claudio X. González se fortalece y queda probada para sus seguidores. De esa manera, le resultará posible incidir en el proceso electoral manejando la idea de que en 2024 estarán en juego dos proyectos, el suyo, el del pueblo bueno y el de Claudio, líder de los conservadores. La complejidad de la sociedad mexicana desaparece, así, en un acto de magia y facilita la manipulación.
El retiro de Beatriz hace ver, con claridad, que el presidente López Obrador ha sido exitoso en su afán por convertir a la política en una competencia de discursos en la que él lleva ventaja: cuenta con todo el poder del Estado para elevar al rango de verdad sus mentiras y alteraciones de datos.
El retiro de Beatriz no sólo debe ser leído en el contexto de la elección del año próximo. Requiere de una lectura más amplia: no hay espacio en la política mexicana para personajes que piensen más allá de sus intereses y que tengan un compromiso más allá de su tiempo.
No son tiempos, ya, para estadistas.