El afecto, la cercanía…
La lealtad, la amistad…
La identificación con el movimiento…
La gratitud…
Y, sobre todo, la historia común: de vida y política.
Tales son, en versión resumida, las variables en que Andrés Manuel López Obrador, erigido en “Gran Elector” -y adoptando la mayoría de los patrones de conducta utilizados por los presidentes priistas-, ha fundado sus decisiones sobre los candidatos de Morena a las gubernaturas.
Desde que asumió el poder, incluso desde que era candidato a la Presidencia, el tabasqueño ha seguido un comportamiento casi idéntico: en él pesa más el cariño que el conocimiento o la popularidad.
El caso de Puebla es sintomático, pero no el único: en 2018 tal vez Miguel Barbosa Huerta no era ni el más conocido ni el más popular en las encuestas.
Había hecho carrera principalmente en la CDMX, desde donde controló por años al PRD.
Pero carecía de equipo, estructura y alianzas en el estado que quería gobernar.
Las fue construyendo poco a poco, retomando amistades, contactos, viejos afectos…
¿Cuándo se ganó, entonces, al “Gran Elector”?
¿A ese mismo “Gran Elector” al que había criticado acremente -lo llegó a catalogar de “soberbio”- en público y en privado?
Fue un año antes, en 2017, cuando, en una jugada maestra, quemó sus naves y fracturó a la bancada del PRD en el Senado llevándose a legisladores como Armando Ríos Piter y Zoé Robledo a la entonces incipiente y débil bancada de Morena.
No sólo fue algo simbólico: el movimiento de ajedrez de Barbosa Huerta fue profundo.
Y es que ni más ni menos representó la puntilla al sol azteca, que así, literalmente, moría y dejaba su espacio como “el partido de izquierda de México” a Morena.
El partido de López Obrador.
Un López Obrador que nunca olvidaría el gesto.
La definición y audacia de Miguel Barbosa, quien renunció al PRD -donde militó por 23 años- y además decidió apoyar a la entonces candidata de Morena al gobierno del Estado de México, Delfina Gómez, tendrían a la postre su premio.
Cuando hubo que decidir al candidato de Morena para la gubernatura de Puebla en 2018, López Obrador nunca dudó en decantarse por Barbosa Huerta.
Un por entonces poderoso consejero, Julio Scherer, maniobró -como siempre, desde las sombras- para imponer a Enrique Cárdenas, pero fracasó en el intento.
Miguel Barbosa, quien incluso se había bajado de la contienda creyendo que no tenía posibilidades ante la influencia de Scherer, fue el elegido: la noticia le fue comunicada vía telefónica por Andy, uno de los hijos del presidente.
Luego pasó en 2018 lo que pasó y en 2019, tras la trágica muerte de Martha Erika Alonso, “El Gran Elector” no cambió de caballo a mitad de la tormenta:
Sostuvo a Barbosa Huerta y Barbosa Huerta fue nuevamente el candidato, ahora para el proceso extraordinario en el que, paradojas de la política, enfrentaría a Enrique Cárdenas pero éste como candidato del PAN.
Hubo quienes, como Alejandro Armenta, leyeron mal las variables que mueven a López Obrador e intentó impedirlo por todos los medios -y todos fueron todos-.
La historia es conocida: no sólo no logró, sino que sembró fuertes agravios y resentimientos en quien, a la postre, sería el ganador de aquellos comicios y luego gobernador constitucional.
El afecto, la cercanía…
La lealtad, la amistad…
La identificación con el movimiento…
La gratitud…
Y, sobre todo, la historia común -de vida y política- con Andrés Manuel López Obrador.
Y digo que el caso de Puebla es sintomático, pero no el único para entender (un poco) cómo funciona la mente de “El Gran Elector”.
Con matices -que no cambian el fondo del esquema-, la historia se ha repetido una y otra vez, una y otra vez, en los procesos de elección de los candidatos y las candidatas de Morena a las gubernaturas que le han tocado desde que es Presidente de la República.
Así ha sido en:
Baja California, con Marina del Pilar Ávila Olmeda.
Baja California Sur, con Víctor Manuel Castro Cosío.
Campeche, con Layda Sansores San Román.
Chiapas, Rutilio Cruz Escandón Cadenas.
Colima, Indira Vizcaíno Silva.
Guerrero, Evelyn Salgado Pineda (hija de Félix Salgado Macedonio).
Hidalgo, Julio Ramón Menchaca Salazar.
Estado de México, Delfina Gómez Álvarez (perdió en 2018, la volvió a hacer candidata en 2023).
Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla.
Nayarit, Miguel Ángel Navarro Quintero.
Oaxaca, Salomón Jara Cruz.
Quintana Roo, María Elena Hermelinda Lezama Espinosa.
Sinaloa, Rubén Rocha Moya.
Sonora, Alfonso Durazo Montaño.
Tabasco, Adán Augusto López Hernández (fue gobernador hasta agosto de 2021; hoy el gobernador interino es Carlos Manuel Merino Campos).
Tamaulipas, Américo Villarreal Anaya.
Tlaxcala, Lorena Cuéllar Cisneros.
Veracruz, Cuitláhuac García Jiménez.
Y Zacatecas, con David Monreal Ávila (este podría ser la única excepción a la regla, pues fue resultado de una negociación con Ricardo Monreal Ávila, hermano del gobernador).
Pero en todos los casos -por no hablar de la candidatura presidencial de Claudia Sheinbaum-, el modelo ha sido el mismo: son las filias y las fobias del Presidente las que determinan a los candidatos o a las candidatas.
El corazón contra el hígado.
La pasión contra la razón.
El afecto contra el desafecto.
En la mente de “El Gran Elector” no importa si eres conocido, competitivo, el gran estratega, el señor simpatías o la flor más bella del ejido.
Claro que si además tienes todo eso, o eres todo eso, te ayuda, pero en el fondo poco pesa.
Si vives en el corazón, y si tienes el agradecimiento de López Obrador, y quieres ser gobernador, ya puedes adivinar cuál es tu futuro político.
Con un añadido: AMLO no traiciona ni abandona ni desconoce a quienes considera suyos.
Es muy difícil que un animal político como el Presidente -un presidente que premia más la honestidad que la experiencia, que valora más la justicia que la ley, que aprecia la lealtad por encima de todo- modifique su patrón de conducta.
¿Había realmente en 2018 garantías de que Miguel Barbosa pudiera vencer en las urnas a una Martha Erika Alonso respaldada por su esposo, Rafael Moreno Valle, uno de los operadores políticos y electorales más capaces que se haya visto en Puebla?
No, no las había.
Pero López Obrador le estaba agradecido, lo sintió leal, sincero y cercano al movimiento, y además tenían una historia -política y de vida- común.
De hecho nunca -nunca de los nuncas- hubo encuesta; fue una de las gran mentiras de aquellos días.
A Miguel Barbosa le arrebataron el triunfo en 2018, por las razones de todos conocidas.
Pero en 2019, en la extraordinaria, ganó y fue gobernador… hasta el día que murió.
En la mente de “El Gran Elector” siempre estuvo.
Pero sobre todo en su corazón.
Eso es lo único que cuenta.
Esa es la única encuesta que cuenta.
Ese es el único voto que vota (o bota).
Como diría el clásico: no se hagan bolas.