Si hay un político en activo que ejemplifica a la perfección la definición de cínico, ese político es el priista Leobardo Soto Martínez, el sempiterno dirigente de la CTM en Puebla.
Hace unos días, en una más de su larga lista de traiciones, presumió su apoyo -y el de la Confederación Mexicana de los Trabajadores- a Julio Huerta, ex secretario de Gobernación, primo del desaparecido Miguel Barbosa Huerta y aspirante a la candidatura de Morena al gobierno del estado.
Como registró la prensa, Soto Martínez llamó a una reunión del Consejo Estatal de la central obrera -que tenía más de tres años sin sesionar- y juntó a más de 100 líderes de los sindicatos de Puebla, para dejar constancia de su nueva puñalada al partido tricolor.
Una puñalada artera y cínica no sólo por lo que implica en términos políticos de cara al 2024, sino porque, como es su costumbre, la asestó con alevosía y ventaja.
Y es que a Leobardo Soto no le importa nada, ni siquiera que un hijo suyo, Leobardo Soto Enríquez, sea consejero estatal; que la progenitora de este, Magnolia Ivon Enríquez Parra, funja como secretaria de Vinculación Social del PRI del municipio de Puebla, y que un hermano suyo, Arturo Soto Martínez, ocupe la Secretaría de Gestión Social del comité estatal del Revolucionario Institucional.
Todos -excepto Leobardo Soto Enríquez-, cobrando religiosamente sus sagrados emolumentos a costa de ese mismo PRI que cada vez que puede, y puede mucho, traiciona el dirigente de la CTM, ya con 19 años al frente de la organización que históricamente dio cuerpo al voto corporativo del tricolor.
¡Qué bonita familia!, diría el clásico.
Leobardo Soto se ha burlado hasta el cansancio del partido que ha utilizado y desechado, como pañuelo Kleenex, cuando ha querido y así le ha convenido a sus intereses políticos y económicos.
Hagamos un breve ejercicio de memoria:
Con Mario Marín fue marinista; de hecho el “gober precioso”, hoy en la cárcel, fue quien lo ayudó a llegar al mando de la CTM. Años después, Soto Martínez no dudó en traicionarlo y en llamarlo “pederasta” en público y en privado.
Con Rafael Moreno Valle fue morenovallista. Los millonarios contratos de obra pública y en especial todo lo relacionado con la planta de Audi en San José Chiapa, fue el precio que el cetemista puso a cambio de su “amor”.
Por supuesto, nunca titubeó a la hora de rendir toda clase de homenajes al siguiente gobernador, Tony Gali Fayad, a quien, para no variar, le puso la CTM a su disposición, siempre con el tema Audi en la mira.
En 2018, en la cruenta guerra por la gubernatura de Puebla, dio nuevamente la espalda al Partido Revolucionario Institucional -cuyo candidato era Enrique Doger– y se volvió porrista y operador de la candidata morenovallista, Martha Erika Alonso, haciendo todo lo que estuvo a su alcance para derrotar al candidato de Morena, Miguel Barbosa Huerta.
Luego, tras la trágica muerte de Martha Erika Alonso y de Rafael Moreno Valle, dio un nuevo viraje y se transmutó en barbosista, pero no “de clóset”. Para nada. De hecho, desde las campañas por la elección extraordinaria en 2019, Leobardo Soto desconoció al candidato del PRI, Alberto Jiménez Merino, y sin ningún empacho se sumó a Miguel Barbosa, a quien sirvió y aduló hasta la ignominia con tal de mantener sus privilegios durante su gobierno.
Hoy, de cara al 2024, Leobardo Soto ha anunciado que pone a la CTM que controla a las órdenes del morenista Julio Huerta, en un nuevo acto de trapecismo político digno del más aventajado alumno del mejor circo del planeta.
“Escuché con claridad que la CTM está con nuestro proyecto de unidad y les digo con profunda gratitud, estamos con ustedes y con cada uno de los y las trabajadoras de Puebla”, expresó, obviamente emocionado, el ex secretario de Gobernación, la futura víctima de la sistemática traición de Leobardo Soto.
Con todos estos antecedentes, ¿qué espera el PRI para expulsarlo?, es la pregunta que priistas y no priistas, propios y extraños, se hacen, revisando el largo, largo historial del líder de una central obrera que, además, sólo se ha dedicado a vender espejitos a quienes le han creído, pues su declive en términos de rendimiento electoral es notorio.
Ya sólo falta que el PRI mantenga las posiciones de sus familiares en los comités estatal y municipal y que a él, El Gran Traidor del Tricolor, el PRI lo haga senador o diputado federal o local, como parte de la cuota de posiciones para el sector de los trabajadores.
¿Qué espera el PRI para aplicarle los estatutos con base al Código de Ética Partidaria, que establece con claridad las razones de expulsión?
¿Acaso no han entendido que Leobardo Soto Martínez no tiene ni tendrá remedio y que sólo hay algo peor que un traidor: un malagradecido?