LOS HECHOS
Una vez más, un caso de violencia grupal y extrema en Puebla, aunque como hemos sido testigos, bien podría darse en cualquier ciudad del país y del mundo. Un grupo de adolescentes golpean sin misericordia hasta dejar inconsciente a otro adolescente cuyo único pecado fue reclamarles una agresión previa. La manada agresora actuó en perfecta coordinación hasta dejar inconsciente al chico, ahora se sabe que le fracturaron el rostro.
El video que muestra la agresión violenta, como tantos otros que circulan en redes sociales y medios, se “viralizó”.
La “comentocracia” establecida en medios tradicionales y la que se erige diariamente en redes sociales, repitió una y otra vez, los mismos juicios morales: “que les hagan lo mismo”, “cárcel para los agresores”, “hay que partirles su madre”, “den sus nombres y vamos a por ellos”.
La espiral creciente de comentarios iracundos y llenos de rabia, no tenía -ni hasta estos momentos- tiene fin.
En redes sociales me han solicitado reiteradamente una explicación sobre estos hechos. Ya que lo que escribo cuando comento un hecho así es que estamos ante una crisis sistémica, término que tomo prestado de la jerga económica y que me parece engloba la serie encadenada, siempre concatenada, de sucesos violentos y disruptivos que presenciamos continuamente en diversas sociedades occidentales.
Les advierto que muy probablemente este escrito no será del agrado de muchas personas, porque lo que diré al final es que debemos estar preparados para que estos actos de violencia sucedan y se repitan de manera continua, con grabaciones de video o sin ellas.
¿Por qué digo que estos hechos van a repetirse? La respuesta puede ser muy simple o compleja, eso dependerá de la capacidad personal de educación y análisis para comprender los elementos que componen a los contextos culturales, sociales y económicos en un momento histórico dado.
LAS REDES SOCIALES COMO INSTIGADORAS DE LA MORALIDAD
Este tipo de agresiones de una “manada”, han estado presentes desde hace algunos años en las redes sociales y se hacen virales rápidamente. España, Italia y Brasil son los casos que recuerdo en primer lugar. Y es que existe un público ávido de mirar y recrearse con la violencia, existe una masa creciente y mundial entregada a sus juicios morales, tal y como lo explica el científico Pablo Malo. Dentro del conjunto de algunas causas históricas para que esto ocurra, podemos mencionar algunas, y es que una vez retiradas o severamente minadas, las instituciones que regulaban la circulación de estos materiales, como podía ser algún gobierno o varios gobiernos, el contenido de redes sociales queda a merced de la ley de oferta y demanda. Ninguna red va a censurar algún tipo de contenido violento, por el simple hecho de que cualquier contenido con mayor circulación produce más ganancias para la propia red y sus anunciantes.
Es un elemento muy importante para comprender el contexto en que se dan este tipo de agresiones, nos hemos convertido en homo videns, somos consumidores cautivos de las redes sociales, ciegamente alimentamos nuestros cerebros con lo que proporcionan los algoritmos de las redes. Hemos disminuido -consciente o inconscientemente-, la capacidad de nuestra corteza prefrontal para discriminar contenido violento o pornográfico para entregarnos a un estado de excitación permanente. Este es el contexto del consumo mediático en gran parte de las sociedades occidentales en este año 2023, y por lo tanto, es un elemento toral para interpretar el hecho en el que se da la agresión dentro de una zona económicamente exclusiva, en el mes de septiembre en la ciudad de Puebla, México.
LAS COORDENADAS DE LA AGRESIÓN
¿Y por qué digo que esto se va a repetir continua e indefinidamente? Acaso los llamados a “hacer algo”, los tiktoks que piden regresar a reflexionar “qué estamos haciendo como sociedad, como padres de familia, como hijos” ¿no tendrán ningún efecto? No, no lo tendrán y esto tiene una razón muy simple: las coordenadas que producen este tipo de agresiones se encuentran ancladas en la estructura del sistema cultural, social y económico durante las últimas 4 décadas.
¿Cómo es esto posible? Son cientos de científicos sociales y organizaciones mundiales las que señalan que el sistema en que vivimos, una especie de capitalismo que cada vez tiene menos frenos, y por eso lo denomino en mis redes sociales #capitalismosalvaje, es un sistema que está creando cada vez más desigualdad económica y social. La concentración de todo tipo de recursos económicos y materiales en manos de unas cuantas familias y corporaciones en todo el mundo es un proceso que no ha dejado de seguir su paulatina marcha. Esta centralización de recursos en manos de unos cuantos, provoca desigualdad en todos los órdenes de la sociedad. Lo que se vio afuera de un “antro” poblano no es más que una versión violenta de las agresiones que se viven todos los días en diferentes sectores sociales.
Este sistema nos empuja, de alguna forma u otra, a que aspiremos a ser los dominantes, a ser los “chingones” en nuestros respectivos campos. El sistema no recompensa a quien intenta reforzar los lazos comunitarios, tampoco alienta a compartir conocimiento de forma altruista, no felicita a los esfuerzos por restaurar el tejido social. Y si el sistema no lo reconoce, entonces el sustento material no llegará, el altruismo y pensar en la colectividad antes que el individuo, simplemente no da de comer. El sistema no ve bien a las personas que no presumen sus riquezas materiales que son producto de su trabajo frenético, lícito o ilícito. La frase “pues para eso trabajo, pa darme mis lujos a mí y a mi familia”, es utilizada como motto para levantarse cada día y comprar y comprar y exhibir y exhibir tus “trofeos” en redes sociales.
EL CONTEXTO DE PROCEDENCIA DE LOS AGRESORES
Resulta indispensable explicar un poco del contexto de procedencia de los agresores, como en tantos otros casos de violencia similar en México y el mundo, se educaron en instituciones que la sociedad local llama de “elite”, y básicamente las llama de elite porque para estar en esas instituciones, se necesita pagar mucho más dinero por la colegiatura mensual, que lo que piden otras escuelas. La sociedad local no las llama “de élite” porque en ellas enseñen los mejores profesores -de hecho, se sabe y soy testigo personal-, que en muchos casos los profesores están muy mal pagados y por ello, aunque tengan buena preparación ni siquiera tienen tiempo para actualizarse académicamente, hay que ser claros, cuando en México hablamos de instituciones educativas de elite, no pensemos en Eton College, o en la École des Roches. Pero eso no importa, en realidad el objetivo -confeso o no- de muchas familias que ingresan a sus hijos en esas instituciones es que “mi hijo haga relaciones”, que se codee “con los más chingones”, que estudie con los “hijos de…” para que el día de mañana, haga negocios “con los hijos de” o juegue golf “con los hijos de” o llegue al poder “con los hijos de” y se case “con los hijos de”.
Esta forma de comportamiento correspondería a la reminiscencia de una estructura social novohispana, una estructura de longue durée que se niega a desaparecer. Por otra parte, esto parecería una clara consecuencia de estrategia ante el triunfo del capitalismo salvaje y la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, los padres de familia buscarían asegurar el futuro de sus hijos, piensan y -muchas veces están en lo cierto-, que las relaciones con los poderosos darán fruto.
LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS REPRODUCEN LA ESTRUCTURA SOCIAL, NO LA CAMBIAN
Pierre Bourdieu ya ha explicado que dentro de las instituciones educativas se dan mecanismos de reproducción de poder y de exclusión desde los primeros grados. En la cotidianidad esto se puede observar fácilmente en los objetos cotidianos que utilizan los alumnos, todo produce un mensaje, todo determina la procedencia y el código postal. Qué tipo de mochila llevas, qué marca es, qué tipo de lonchera llevas, de qué marca son tus tenis, de qué marca son tus jeans.
La impronta del SI LOGO -para recordar a Naomi Klein- comienza desde que son muy pequeños. Los encuentros sociales fuera de la escuela también se organizan mediante una codificación generalmente no confesa, se realizan fiestas y reuniones en ciertos domicilios, o en salones privados pero un riguroso NRDA se impone para seleccionar solo a los mejores invitados.
LA EXCLUSIÓN EN REDES SOCIALES GENERA MICROVIOLENCIAS PERMANENTES
En la época anterior a la existencia de las redes sociales, estos signos de pertenencia y exclusión que constituyen la piedra angular en la formación y distinción de los grupos de elite se dejaban de sufrir cuando el día escolar llegaba a su fin, cuando regresabas a la casa familiar e incluso podías frecuentar a otra clase de amigos. Pero hoy es distinto, la conexión con tu grupo social se mantiene 24 horas sobre 24, 7 días sobre 7, los 365 días al año. No existe un momento del día en el que la circulación de las imágenes en Instagram y demás redes, de los líderes del grupo surjan, imágenes que siempre reflejan el mundo del grupo superior, fines de semana en lugares exclusivos, fiestas en los antros más caros y con las bebidas más costosas.
Estas imágenes son cuidadosamente revisadas y envidiadas por los miembros menos afortunados de los círculos sociales.
Pienso que la manera en que experimenta la lectura de estas imágenes el grupo femenino, merecería un artículo aparte, el cerebro femenino es mucho mejor lector de los signos de pertenencia, para ellas, el maquillaje, la ropa, la manicure, el pedicure, las joyas y hasta el tipo de filtros de la propia red que se utilizan pueden decir algo.
Estas imágenes en las redes sociales también son miradas y analizadas en muchos casos, por los propios padres de familia y por los amigos y amigas de los padres de familia; los comentarios tipo: “por cierto, vi a tu hijito en el nuevo restaurante… está tan guapo y qué novia tan bonita tiene” “por cierto vi a tu hijita en el yate… qué niña tan linda tienes y qué cuerpazo… salió a la mamá, tiene sus mismos ojos azules”. Esta circulación de imágenes -verdaderas o creadas con inteligencia artificial- en las redes sociales, certifican la posición social de los emisores, una posición que debe reafirmarse constantemente para que las jerarquías sigan establecidas y se conserve el orden establecido.
De esta forma, para los que se encuentran más arriba en la escala económica, la circulación de sus imágenes los reafirma y los pone a competir constantemente. El problema de exclusión se sitúa en aquellos que no publican imágenes porque saben que no pueden competir con aquellas representaciones de los que tienen más recursos. Se autocensuran los que no fueron invitados a esas fiestas, a esos antros exclusivos, a esos fines de semana en lugares únicos. Y es allí, donde se originan cotidianamente, en los excluidos, en los que no se atreven a publicar por miedo a ser criticados y hasta vilipendiados, estas microviolencias cotidianas con las que tienen que lidiar diariamente.
Ya se ha documentado hasta el cansancio, el efecto pernicioso de la exposición constante a las redes sociales en la mente de millones de adolescentes del mundo entero, una presión social constante sobre los más jóvenes, que en muchos casos ha llegado al suicidio.
Habría que impulsar una serie de estudios multidisciplinarios para saber si estos mecanismos de jerarquización y exclusión suceden con mayor frecuencia e intensidad en los colegios “de elite”, que en las escuelas públicas de la ciudad de Puebla. A priori podríamos aventurar que, a mayor disponibilidad de recursos tecnológicos vinculados al nivel económico, por ejemplo, datos de navegación ilimitados, así como también la posibilidad de generar imágenes de tipo “suntuoso”, la posibilidad de exclusión y bullying aumentaría. Sin embargo, es un estudio pendiente.
Personalmente he tenido la oportunidad de impartir materias en 3 de las universidades más caras de Puebla y he podido constatar cómo se dan los mecanismos de exclusión que he comentado, a veces se dan de manera sutil, a veces de manera muy cruda.
EL ANTRO O LA PLAZA DE LAS PULSIONES EXABERBADAS
Estos adolescentes que experimentan y practican cotidianamente el contexto de exclusión y de microviolencias descrito, son los que frecuentan los antros más exclusivos de Puebla. Dentro del antro, estos adolescentes atormentados constantemente por mantener su jerarquía, so pena de descender en la escala de apreciación de sus pares, son los que deben demostrar su preeminencia y distinción mediante mecanismos sociales reconocidos ampliamente, mesas reservadas, pase directo sin hacer fila mediante el familiar saludo al cadenero, la botella de alcohol favorita que sus meseros conocen de memoria, puesta de inmediato en la mesa. Dentro del antro serán situados estratégicamente para que puedan ser mirados por todos, buscando un efecto de panóptico, y a su vez, este mismo lugar se reafirme como que es poseedor estelar de los clientes “más importantes, más chingones”. Un desfile de relojes, perfumes exclusivos y prendas de lujo, se descubren y deslumbran durante las horas activas del antro.
Transcurren libremente la música y el consumo de alcohol, así como de otras sustancias, un coctel explosivo que desde hace varias décadas los psicólogos y neurólogos han explicado su efecto devastador en los jóvenes cerebros. Pierden el control, básicamente se anula el mando de la corteza prefrontal cerebral, los jóvenes se entregan a sus pulsiones, a las partes de su cerebro más primitivo, dejarán su individualidad para convertirse en parte de una manada, sus reacciones ya no serán ni razonadas ni mesuradas, ahora responderán de forma agresiva ante cualquier desafío real o imaginario. Una mirada fija, un roce, cualquier cosa puede desencadenar la violencia contenida por semanas, por meses, por años, la necesidad de demostrar en el antro o fuera de él, “quién es el más chingón”, la hora de demostrar “que con nosotros nadie se mete” y que “no se vuelvan a meter con nosotros”, como específicamente se escucha en el video de la famosa agresión poblana.
En realidad, la agresión que se hizo “viral” mediante la circulación de imágenes en redes sociales, es la representación física y violenta de la posición social y de su propia reafirmación. Se trató de un acto violento e impactante sí, pero que en su esencia no es diferente de la muestra diaria de jerarquización y exclusión que estos adolescentes de una clase social ejercen permanentemente, porque nacieron y se desarrollan cotidianamente en ella.
Su día a día está lleno de marcas de jerarquía y exclusión que ellos aprenden, primero inconscientemente y después conscientemente. Desde aquellos que sí pueden ingresar a sus fraccionamientos exclusivos y los que no, aquellos que sí pueden visitar sus casas y los que no, aquellos que sí pueden ir a sus fiestas y los que no, aquellos que son sus close friends en redes sociales y los que no, aquellos a los que contestarán un comentario y a los que no, los que van con ellos al antro y con los que no, aquellos que sólo saludarán en el colegio, pero nunca fuera de él. Y estos signos de exclusión y a la vez de pertenencia a un grupo, son aprendidos desde la cuna, vamos, desde el hospital donde naciste y desde las actividades que hiciste in utero.
¿Cuáles fueron las reacciones inmediatas al conocer el suceso por parte de la familia de los agresores? ¿Para ellos fue válido y necesario? ¿Existen otras versiones del hecho? ¿Se defendieron como lo que son, como hombres? Comentarios que reflejarían la recepción del hecho narrado por los actores, algo que ante el linchamiento nacional e internacional probablemente nunca conoceremos.
Es por todos los elementos comentados arriba, que afirmo y vuelvo a afirmar, que ante la rampante desigualdad que este sistema económico y social crea, los mecanismos de jerarquización y exclusión que los grupos dominantes practican ejercen y hacen visibles mediante redes sociales, seguirán siendo aceptados por la mayoría, de forma tácita o no.
Ya que, al fin y al cabo, México y el mundo dentro del capitalismo sin frenos, dentro del capitalismo salvaje, es y será el reino de los “chingones”.