En Francia hay dos maneras de medir el nivel de violencia. La primera con datos de las autoridades, como en cualquier otro país. La segunda, más de calle, por los coches ardiendo.
En esta tercera noche de disturbios en Francia, tras la muerte de Nahel, se han quemado 1900 vehículos. Muchos más que en las revueltas de 2005 con 1290 en su primera noche.
El pasado martes, el asesinato de Nahel ha vuelto abrir la herida que lleva años intentándose curar sin éxito: la guerra entre los jóvenes de la banlieue (término francés para referirse a la periferia) y la policía.
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A diferencia de 2005, cuando dos jóvenes de 15 y 17 años murieron tras una persecución, el policía autor del disparo que ocasionó la muerte de Nahel, se encuentra en prisión provisional y la fiscalía ya ha anunciado que “no se reunían las condiciones legales para el uso del arma policial”. También, el gobierno ha dado un paso al frente condenando lo sucedido, a pesar de que, el joven menor conducía sin carnet y se había saltado el control policial.
La pregunta de Benoit, empresario de 60 años, es “¿qué tiene que hacer el gobierno para que esto pare? ¡Ya han condenado públicamente al policía!”, afirma. Sin embargo, Shahin, un joven de la banlieue reitera que “la revuelta es legítima”. Una revuelta que ya suma su tercera noche de disturbios con un balance de 500 edificios públicos y 1.900 coches quemados, más de 800 detenidos y 249 agentes heridos.
Unas cifras con una violencia “muy superior”, según el Ministerio del Interior francés, y que han llevado a que distintos grupos políticos a presionar al gobierno para que declare el estado de emergencia. Un estado de emergencia en Francia supondría establecer, durante 12 días, toque de queda, restricciones de movilidad, cierre de espacios públicos y la posibilidad de que la policía pueda entrar en espacios privados sin una orden judicial previa.
A pesar de eso, Macron ha descartado esa idea, pero mantiene toques de queda en algunas ciudades, como: Clamart, Meudon, Neuilly-sur-Marne o Savigny-le-Temple. También, restricciones en la capital, donde se han anulado grandes eventos y el transporte público cerrará este fin de semana a partir de las 21 horas. Además de restablecer la paz en Francia, Macron también tiene que enfrentarse a dos factores incómodos en el país: la violencia policial y el problema con los jóvenes de “banlieue”.
Violencia policial
La violencia policial es un hecho en Francia, y no es algo nuevo (ni algo de ayer). Distintos organismos internacionales han denunciado el excesivo uso de la fuerza de la policía francesa. El último, la ONU, quien ha pedido al gobierno francés “abordar de inmediato el problema del racismo dentro de la policía”.
En 2022, Francia batió récord con 13 personas muertas a manos de la policía. Este año, a esa cifra se suman tres más. Alemania, en los últimos 10 años, solo cuenta con un muerto. En 28 de febrero 2017, el gobierno francés aprobaba la ley (2017-258) que permitía a los policías disparar en caso de que un individuo se negase a parar ante un alto de la policía. Nahel aceleró en el momento del alto policial. Fue la peor decisión de su vida, ya que se convirtió en una víctima más de esa ley.
Jóvenes (rebeldes o no)
Los jóvenes de las barriadas populares, en su mayoría segunda o tercera generación de migrantes, han sido desde hace más de 20 años protagonistas de debates de sobremesa, debates políticos, y además, parte de las promesas en las campañas electorales. Jóvenes que suelen ser señalados por no integrarse en los valores de la sociedad francesa. De vivir en la burbuja de la banlieue, pero como dice Fabela Amara, creadora del movimiento Ni putas ni sumisas: “¿Qué significa integrarse cuando uno ha nacido en Francia?”.
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María V. Paúl
Según la encuesta de INEE, el 14,6% de los jóvenes de las barriadas populares está en paro y, como nos cuenta nuestro taxista, Ahmed, camino de Nanterre: “Muchos jóvenes llevan el peso de una familia entera en paro y a veces sienten una presión que les lleva a malas compañías o al dinero fácil”. La presión de barrios, donde el título del más fuerte, del cabeza de familia, a veces es indispensable para sobrevivir. Nadie niega que Francia tenga un problema con estos jóvenes, ni siquiera los mismos. La pregunta que se repite cada vez que aparece algún caso, como el de Nahel es: ¿cómo acabar con un problema que lleva años cociéndose a fuego lento? El gobierno de Macron lo tiene claro, declarar un estado de emergencia no soluciona nada, pero el presidente tampoco va a permitir “una violencia intolerable y la instrumentalización de la muerte de un joven”. Francia afronta una posible cuarta noche de disturbios con un dispositivo inédito de 45.000 agentes, incluyendo las fuerzas de élite de la policía (RAID), toques de queda —de esos que habíamos dejado ya en el pasado—, y una gran incertidumbre sobre cómo parar esta ira.
Con información de El Confidencial