La vorágine por la nostalgia y la persistencia de las franquicias nos arroja de lleno a una nueva entrega fílmica de Transformers. Si bien es la séptima en producirse y estrenarse desde el lanzamiento live-action de Transformers en 2007, bajo la dirección de Michael Bay y producción ejecutiva de Steven Spielberg, estamos ante la segunda en orden cronológico.
Esto es, considerando que Bumblebee (2018) —cuyas acciones transcurren principalmente en 1987—, precede en acontecimientos a las cinco cintas dirigidas por Michael Bay. Así las cosas, y ubicada temporalmente en el año de 1994, Transformers: El despertar de las bestias ocupa su lugar como la secuela de la precuela.
Un explosivo prólogo (¿podría ser de otra manera en esta saga?) nos presenta a los Maximals, una suerte de estirpe de bestias cibernéticas, y a una nueva amenaza planetaria conocida como Unicron. Tras el dramático y apocalíptico arranque, conoceremos a los protagonistas humanos en circunstancias mucho más terrenales e identificables.
Es a través de Noah Díaz (Anthony Ramos) y Elena Wallace (Dominique Fishback) en Nueva York que la película presenta una de las principales diferencias con sus predecesoras. No se trata de los “problemas” de un chamaco que quiere coche y novia. Hay una mayor dimensión en las condiciones de vida de estos personajes, en un primer acto que se brinda el tiempo y oportunidad para generar la empatía del público.
Por un lado, Noah es un joven veterano de guerra en busca de empleo para proveer la ayuda económica que su madre y hermano requieren. Por la otra, Elena se desempeña laboralmente como el eslabón más bajo en un museo. Ahí, sus conocimientos, curiosidad e iniciativa para la investigación, son explotados para el lucimiento profesional de su jefa.
Esta perspectiva no es casual. Al frente del proyecto está el director Steven Caple Jr., cuyos inicios en la realización fílmica independiente en cortometrajes y su ópera prima The Land (2016), mostraron una peculiar sensibilidad para temáticas de adversidad familiar, socioeconómica y cultural. Este emotivo enfoque lo ha podido integrar a cintas de corte comercial como Creed II: Defendiendo el legado (2018) y la presente. Muy recomendable es su corto A Different Tree, disponible en YouTube.
Pero una película de los Transformers tampoco se entiende sin la efectividad (o no) de sus escenas de acción, dentro del género de la ciencia ficción. Considerando que los excesos de la tecnología digital ha llevado a algunas de ellas a un empalagamiento, que francamente ha llegado a escenas o secuencias enteras ininteligibles (sí Michael Bay, las tuyas), El despertar de las bestias se percibe un tanto cuanto más moderada y disfrutable. Sobre todo en el aprovechamiento de las partes filmadas en Perú.
Se agradece también que no necesariamente Megatron o alguna de sus variantes ocupen el lugar antagónico. Y que podamos apreciar a un Optimus Prime que se encuentra en proceso de evaluación de lo que significa el Planeta Tierra para los Autobots. Nuevos personajes, como Optimus Primal (con la sensacional voz de Ron Perlman) y su inevitable homenaje a King Kong, o Wheeljack —interpretado con el divertido acento latino de Cristo Fernández—, son también elementos que le brindan identidad al filme.
Agridulce podría resultar el desenlace de Transformers: El despertar de las bestias por los lugares comunes en los que cae. Pero se compensa con la puerta abierta que deja el epílogo, anticipando que el área de juegos y juguetes está por expandirse aún más. Aún más de lo que ves.
Fuente: Charlie Del Río/ Cinepremiere