México y el infierno de los desaparecidos que están vivos

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 04-02-2019

"Cuando me escapé me fui muy lejos porque sabía que donde me vieran me iban a matar. Pensé que si iba directamente al Gobierno ellos me iban a entregar al cartel, y después de un tiempo salió a la luz en las noticias que alguien estuvo en la misma situación que yo y se animó a hablar y pues yo dije que mi objetivo al escapar de allá arriba era tratar de brindarle paz y tranquilidad a aquellas personas que perdieron la pista de sus seres queridos. Muchos de ellos son las personas que yo vi calcinar y que nadie de sus familiares se dio cuenta cómo murieron y cómo desaparecieron a menos que yo hable, entonces voy a arriesgarme a platicar mi historia y llevar un poco de paz a sus familias y que no sigan esperanzados a que van a encontrarlos. Fue que me comuniqué con la Fiscalía de Jalisco y les comenté que yo también fui privado de mi libertad en la sierra de Navajas por el cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y que podía identificar a 17 desaparecidos que vi con mis propios ojos morir en las manos de nuestros captores".

Luis (los nombres son falsos por cuestiones de seguridad) es superviviente de campamentos donde el cartel obligaba a jóvenes a entrenarse como sicarios. A principios de 2017 él trabajaba en un centro de rehabilitación. No le llegaba el salario y quería alejarse del ambiente de las adicciones. Buscó un nuevo trabajo utilizando las redes sociales. En abril de ese año se unió a la página de Facebook Bolsa de Trabajo GDL y Trabajos Guadalajara. Por inbox lo conectaron para una oferta laboral: 4.000 pesos a la semana como guardia de seguridad. Contactó a la mujer que le envió el mensaje y ella le pidió que se comunicara con Mario, el supervisor de la empresa. Una semana después lo agregaron a un grupo de WhatsApp junto con otras 15 personas interesadas en el trabajo. Les pidieron acudir a un entrenamiento al municipio de Tala y les darían los 4.000 pesos por adelantado.

Luis iba ilusionado. Jamás pensó que al llegar a su primer día de trabajo los meterían en casas de seguridad y luego los subirían a campamentos de la sierra de Ahuisculco, pero no para matarlos, sino para entrenarlos y obligarlos a trabajar para el cartel Jalisco Nueva Generación.

Las familias de algunos de ellos informaron de su desaparición, sin saber que estaban vivos en manos del crimen organizado. La Fiscalía de Jalisco realizó operativos en julio de 2017 y encontró campamentos de entrenamiento. En uno de ellos detuvieron a 15 hombres, de los cuales tres constaban como desaparecidos y pudieron comprobar que estaban retenidos contra su voluntad. Los tres fueron liberados y su testimonio quedó recogido en la carpeta de investigación 1611/2017, al igual que el de Luis. Gracias a su relato y a testimonios anónimos se sabe ahora que a la sierra de Ahuisculco se llevaron a decenas de hombres de los valles de la región de Tequila, del área metropolitana de Guadalajara, de otros Estados e incluso inmigrantes centroamericanos, y que la esclavitud y el trabajo forzado han sido un modus operandi del cartel Jalisco Nueva Generación para asegurar el funcionamiento de sus negocios. Entre los reclutados de los que se tiene registro había jornaleros, desempleados, lavacoches, albañiles, cargadores del mercado de abastos, deportados, ex policías, exmilitares, jóvenes recién salidos de centros de rehabilitación de adicciones. Incluso uno de los supervivientes narra en su declaración ministerial que iba caminando de noche por el centro de Guadalajara, sintió un golpe en la cabeza, perdió la conciencia y cuando despertó estaba en una casa de seguridad.

Cuando la Fiscalía realizó el operativo, Luis ya no estaba ahí. Había escapado, pero tiempo después decidió declarar a pesar del riesgo que puede suponer hacerlo.

"Al contactarme para el trabajo pregunté si todo era legal. “Mira, si fuera ilegal no te mandábamos a entrenamiento para que puedas portar un arma. No te apures, todo será legal”. Le dije: 'Oiga, pero ¿todo va a estar bien? Tengo a mi mamá enferma y necesito comunicación con ella'. Ahí fue cuando me dijo Mario que le caí a toda madre, que iba a llegar recomendado por él. Agarré un taxi al periférico. A los 10 minutos llegó un carro. Me preguntaron si me llamaba Luis. Les dije que sí. Me subí y fuimos por otro muchacho, nos metimos a un lugar muy enredoso. Salió un güero con barba, pelo poco chinito, gordito, de ojos verdes, ahora sé que se llama Ignacio. Dos mujeres salieron a despedirlo, no se quitaron de la entrada hasta que nos fuimos. Vi nervioso al chófer, fumaba un cigarro tras otro. Le hice plática y me dijo que tenía apenas una semana trabajando, pero que no le habían pagado viajes anteriores. Era el primero de mayo. Nos dejaron en la carretera y ahí llegó una pick up con otros tres muchachos que venían del Estado de México. Uno tenía ojo postizo, otro era delgado con pierna postiza y el tercero era gordito con un mechón de pelo que le salía de la frente. El chófer era un gordo sucio que nos ordenó subirnos a la caja. En el camino supimos que los cinco habíamos estado en el WhatsApp un día anterior y habíamos sido contactados por medio de bolsas de trabajo a las que nos inscribimos en Facebook para el trabajo de escolta o guardia de seguridad por 4.000 a la semana. Era muy atractivo para mis necesidades", cuenta Luis.

"Nos cambiaron a otro carro. Dimos vuelta rumbo a Tala, nos metimos en una brecha y llegamos a una finca abandonada, con alambres de púas, palos de madera, había un hombre con cuerno de chivo que nos decía que siguiéramos hacia adentro. Observé que no había muebles, solo personas en el piso, 38 amontonadas en el suelo. Fue cuando me di cuenta que me había metido en un problema porque no era normal eso. Al entrar al cuarto nos ordenaron guardar silencio y sentarnos, diciéndonos que no podíamos ni ir al baño a menos que pidiéramos permiso. Éramos puras personas humildes y pobres, había gente que tenían cara de malandrines y otros que tenían cara de que no tenían nada que perder en la vida. Me di cuenta que había cruzado la línea de no regresar y que quizá pasaría algo malo, de hecho se percibía un olor extraño, se veía la mirada de tristeza y miseria en las personas".

Una sierra bien conectada

Tala, Ahuisculco, Las Navajas, Cuisillos son poblados que están a menos de una hora de Guadalajara, justo detrás del bosque de La Primavera. Se llega por la carretera libre a Puerto Vallarta. Pasando el bosque hay que girar a la izquierda para entrar al valle del río Ameca, donde hay tierras fértiles llenas de cañaverales y viejas haciendas. Después de Tala, la siguiente delegación es Ahuisculco, una antigua comunidad indígena que aún resguarda el bosque y protege sus ojos de agua. El pueblo está en la falda de la sierra del mismo nombre, una formación volcánica que es en realidad la continuación del bosque La Primavera. Del otro lado de los cerros está el pueblo Las Navajas, donde —dicen los de Ahuisculco— “sí penetró el crimen; la gente aceptó cosas que terminó comprometiéndolas”.

El pueblo Las Navajas se llama así por la gran cantidad de obsidiana que hay en sus suelos y que hace siglos comercializaba como navajas con las comunidades indígenas de la región. Cruzando el pueblo hay una brecha que se interna en el cerro. En este camino está una de las casas de seguridad que mencionan los supervivientes y que fue asegurada por la Fiscalía de Jalisco. Más arriba está el lugar conocido como La Reserva, el rancho que los pobladores de la sierra dicen que pertenece a un tal don Pedro, nombre con el que conocían ahí a Rafael Caro Quintero. Cuentan que don Pedro llegó a finales de los años setenta, sembró marihuana, engordó ganado, controló la región. Aún después de los operativos de la Fiscalía de Jalisco, en julio de 2017, el camino seguía custodiado por camionetonas y jovencitos en moto: halcones. Esta es la brecha que todos los supervivientes mencionan en sus testimonios como la ruta para subir al monte.

Esta sierra, sin nombre en los mapas, es estratégica por su conectividad. Por un lado tiene caminos que llevan a la carretera a Colima y Manzanillo y por el otro a la Sierra Madre Occidental, que conduce hacia la costa del Pacífico y Puerto Vallarta. Por el puerto de Manzanillo entran precursores químicos para drogas sintéticas que se trasladan por la carretera a Colima y antes de llegar a Guadalajara toman el Circuito Sur o el Macrolibramiento, que los deja a unos metros de Las Navajas, por donde se internan en la sierra que sirve de escondite de campamentos, fosas y narcolaboratorios. Por Cuisillos pueden salir a la carretera que los lleva al norte del país o a Mascota y Puerto Vallarta.

El 29 de julio de 2017 la Fiscalía de Jalisco informó de que entre el 6 y el 13 de junio recibieron seis denuncias por desaparición de personas. Todos ellos avisaron en sus casas que se trasladaban al municipio de Tala porque habían obtenido trabajo como encuestadores, escoltas o policías municipales.

Testimonio de las madres

Laura denunció la desaparición de su hijo Ignacio el 22 de julio de 2017. Le preguntaron si notó algo extraño los últimos días que lo vio.

“Estaba desesperado porque no tenía trabajo”, declaró la mujer. Tenía 22 años, pesaba más de 100 kilos, cabello castaño claro, ojos verdes, tatuaje en antebrazo. La prepa trunca. Le platicó a su madre que había encontrado un trabajo como guardia de seguridad privada donde le pagarían 4.000 pesos semanales. Se iría a Tala por dos semanas para el entrenamiento. El 1 de mayo de 2017 pasaron por él a su casa en una colonia popular al sur de Zapopan.

Ignacio salió con una mochila de lona negra con gris y una cinta cruzada donde guardó tres cambios de ropa: bóxers, calcetines, un cepillo de madera, sandalias de plástico, tenis blancos para hacer deporte. Celular no tenía y tampoco le dejaban llevarlo. Su madre y su hermana salieron a despedirlo. Se subió a un carro café claro en el que iban otros dos hombres: el chofer y otro muchacho que acababan de recoger; era Luis. No volvieron a tener contacto con él. Dos meses después, la hermana vio en las noticias que habían encontrado a gente esclavizada en Tala. Fue entonces que reportaron la desaparición de Ignacio.

A Ernesto también lo reportaron como desaparecido. Robusto, 1,78 de altura, 96 kilos, cara redonda, ojos café claro, sin tatuajes, cicatrices de mordidas en el pecho y brazo izquierdo, llevaba pantalón negro de mezclilla, camisa tipo polo color azul claro. A sus 26 años le urgía encontrar trabajo. A principios de 2017 tuvo un hijo y no tenía ingreso fijo. Estaba desesperado cuando encontró una oferta en Internet. El 30 de abril lo contactaron. Al día siguiente salió temprano, poco antes de las siete de la mañana; lo iban a recoger en Periférico y Mariano Otero para irse a una capacitación a Tala. Le dijo a su mamá y a su esposa que se comunicaría en unos días. Karla, su esposa, le marcó a las diez de la mañana para saber cómo iba todo. Le dijo que aún no llegaban, pero que en cuanto pudiera le mandaría el teléfono del lugar donde sería la capacitación. No lo mandó. Le habían prometido que cada semana podría regresar a ver a la familia. Nunca volvió. Rosa, su madre, informo de su desaparición el 8 de mayo de 2017.

Templarse es hacer las cosas con inteligencia

El tiempo que Luis estuvo atrapado en la primera casa de seguridad, en mayo de 2017, comenzó a observar a quienes los vigilaban; descubrió que algunos habían sido capturados como él, pero ya habían podido salir de vacaciones.

"Lo sé porque arriba vi quién tenía mando, que ya habían salido y regresado, que había jerarquías. No importaba que te tomaran confianza, la prueba de fuego para ser de ellos era regresar a trabajar con ellos". Y continúa: "De esa casa comenzaron a sacarnos por montones para llenar trocas. De la carretera por Cuisillos nos llevaron a Navajas, a otra finca grande, con portón de fierro como de ganado, un metro de alto, no terminada. Había un señor con sombrero como de campesino que nos gritó: '¡A ver hijos de su… en línea… ámonos, en caliente! ¿Alguien sabe por qué chingados está aquí?' Yo no podía decir nada, me podían matar. Agarró el cuerno y disparó hacia arriba de todos nosotros: '¡A todos les voy a dar vacaciones a la verga, si regresan aquí va a haber chamba y si no, a chingar a su madre! ¿Quién se quiere ir ahorita?' Nadie dijo nada.

Uno me traía en jaque, me gritaba “¡ándale moreno, témplate!” Templarse significa agilizarse, actuar, hacer las cosas con inteligencia. Avanzamos hasta la cima, llegamos al campamento que me dio aspecto como de los campos forestales en Estados Unidos, siendo una propiedad privada que una señora le rentaba al del sombrero.

Destacar y sobrevivir

Los maltratos y amenazas comenzaban en las casas de seguridad. Además de Luis, hubo otros tres supervivientes rescatados por la Fiscalía. En sus declaraciones ministeriales relataron cómo fueron en busca de trabajo y los enganchadores los llevaron a casas de seguridad. En una de estas casas había como 50 hombres acostados en el suelo, golpeados, amenazados con que si escapaban los mataban.

"Todo el día hacíamos ejercicio y decían que quienes obedecían salían de vacaciones o descanso. Estábamos clasificados por nuevos, seminuevos y viejos. A los nuevos nos golpeaban todo el tiempo, siempre había hombres armados vigilando. A la semana me regresaron en camioneta a mí y a cuatro compañeros; otros armados me dejaron en una casa de seguridad donde pude bañarme, ahí ya nos habíamos dado cuenta que era otro rollo, escuché voces que decían que trabajaríamos para el cartel de ellos. Fue cuando me dio miedo. Los que cuidaban usaban drogas y yo nunca he usado: trabajo, tengo familia, hijos. El 23 me regresaron al monte, a un nuevo campamento, nos pusieron a construirlo con palos, nylon, ramas, a acarrear agua, comida, me golpearon todo el cuerpo, me decían 'vales verga, órale pendejos, perros'. No podíamos dormir hasta las 12 de la noche, quien lo hacía lo ponían para darle con gotcha o lo mataban. Los que cuidaban le tiraron balazos a dos porque se fueron al Oxxo sin permiso. A los demás les pedían que bajaran los cuerpos a una barranca donde pasa un arroyo, a mí me pusieron a cortar leña, ramas, ahí los quemaron… Ya entre pláticas supe que a todos los llevaron con engaños, éramos 20 igual que yo".

Luis continúa relatando su historia: "Nos dejaron en un campamento a una hora del poblado Cuisillos (…) donde nos hicieron dormir a la intemperie, así como nos sometieron diciéndonos que teníamos que pedir permiso hasta para ir a orinar y si no, nos golpeaban (…) por lo que recuerdo un día íbamos cargando las cosas, nos desviamos a un arroyo y El Momia le dijo al Checo, que tenía tatuajes de las fechas de nacimiento de su hija y en el cuello el nombre de sus hijos, “híncate esto es para que no desobedezcas mis órdenes”. Disparó y cayó muerto. Luego disparó a otro (…) Los bajaron al arroyo, les quitaron la ropa y siguieron instrucciones. Los pusieron en cama de leña con hojarasca y madera, prendieron fuego, nos esperamos hasta que se quemaran completamente.

Caminamos 30 minutos, llegamos a un campamento construido con palos de árbol y plástico negro, forrado con ramas de árbol y basura. Observé que afuera estaban tres con armas. Nos metimos y adentro estaban más personas acostadas siendo unos 20, por lo que nos metimos al campamento, como pudimos nos acostamos y nos dormimos, pero en cuanto amaneció nos levantaron a todos y nos formaron y nos comenzaron a decir que íbamos a entrenar para trabajar como sicarios del cartel Jalisco Nueva Generación, y que si nos resistíamos nos iban a matar. Nos pusieron a entrenar obligándonos a hacer ejercicio y tenían armas de gotcha para entrenar con nosotros; se ensañaban disparándonos ese tipo de balas.

El 24 de julio de 2017, recuerdo que era lunes, nos levantaron y nos hicieron cargar plásticos y víveres (…) El encargado recibió una llamada que se pusieran vergas porque venían camionetas blancas y negras a peinar el cerro. Tres comenzaron a disparar, yo lo único que pude hacer fue correr hacia la parte baja del cerro para cubrirme de los balazos. Policías nos rodearon, gritaron 'pecho tierra, manos arriba', y fue el momento que nos detuvieron a todos".

Los tres jóvenes que hablan incluyen en su relato el operativo de la Fiscalía de Jalisco a través del cual pudieron liberarse. Días después, el 29 de julio de 2017, el exfiscal de Jalisco, Eduardo Almaguer, informó de que habían rescatado a un joven y gracias a ello lograron localizar los campamentos. La Fiscalía calculó que entre 50 y 60 personas resguardaban a 40 reclutados. De estos últimos no se supo su destino.

No fue el único campamento de adiestramiento y exterminio encontrado en Jalisco. En 2016 fue detectada otra célula del mismo cartel que operaba en Tlaquepaque y en Puerto Vallarta, la cual distribuía volantes ofreciendo trabajo para una empresa de seguridad inexistente, Segmex. A los reclutados los obligaban a vender drogas o convertirse en sicarios.

En octubre de 2017, la Fiscalía rescató a otras cuatro personas enganchadas con engaños en el municipio de Puerto Vallarta. Los emplearon como gerentes de ventas o escoltas; el mismo cartel se los llevó para adiestrarlos en la sierra de Talpa (a 150 kilómetros de Tala, yendo hacia el Poniente) y desaparecieron. En ese momento, el entonces fiscal Almaguer dijo que era la misma célula delictiva que operaba en Tala, con integrantes de Veracruz, Michoacán, el Estado de México y Jalisco.

Fuente: El País

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