El pasado 14 de septiembre fue publicado en la revista británica The Lancet el reporte de la Comisión Lancet COVID-19 que fue presentado en la 75 Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (https://doi.org/10.1016/ S0140-6736(20)31927-9). El documento es extenso. Lo recomiendo para quien quiera estar muy bien informado de cómo está el asunto en realidad, el tamaño de lo que falta por venir y lo que se recomienda hacer a los gobiernos para tratar de frenar el tsunami que ha significado esta pandemia a la salud global.
Esta comisión fue creada el 9 de julio para ayudar y aconsejar a los gobiernos, sociedad civil e instituciones de la ONU en la respuesta a la pandemia del COVID-19. En este documento se hace un análisis de la situación del COVID en 91 países que han publicado suficientes datos al 30 de agosto.
En la primera parte, el documento deja clara la evidencia de que la pandemia se originó como una zoonosis (enfermedad transmitida de animales a humanos), cada vez más frecuentes como resultado de la deforestación, pobreza, inseguridad alimentaria y la descontrolada invasión de los seres humanos a nuevos hábitats, por lo que la primera recomendación importante es que se requiere poner mucho más atención en reducir y prevenir estas situaciones, porque es evidente que otras zoonosis seguirán ocurriendo.
La segunda llamada de atención es alertar a los gobiernos de algo que no mucha gente está poniendo atención aún, que es la carga de morbilidad NO COVID que ha traído y seguirá trayendo la pandemia. Se calcula que, como consecuencia de la pandemia, entre 2020 y 2025 habrá 1.4 millones de muertes adicionales por tuberculosis, 673 mil por VIH/SIDA, 1.2 millones de muertes de niños menores de 5 años, con 56,700 muertes maternas adicionales en seis meses y 80 millones de niños en riesgo de contraer enfermedades prevenibles por vacunas que dejarán de administrarse.
La protección de la población mediante las medidas no medicamentosas cobra una importancia enorme, dado que la posibilidad de tener vacunas y administrarlas a toda la población ocurrirá en el mejor de los casos en el transcurso de cinco años. Si pensamos que la inmunidad de rebaño pueda empezar a verse a partir de que el 40% de la población se haya infectado, con una población mundial de siete mil ochocientas millones de personas y con una mortalidad baja, digamos del 1 %, eso significa que eso resultaría en 3 mil 120 millones de personas con COVID-19, para 31 millones de defunciones. Es imperativo por tanto que toda la población adopte las medidas de prevención que ya conocemos y que algunos gobernantes dejen de politizar el asunto al negarse a hacerlo.
Dicho eso, lo que me parece más importante del documento son los datos que muestra sobre lo sucedido en 91 países. En una tabla muy ilustrativa muestran tres parámetros interesantes de cada país:
1.- La incidencia de COVID, como el número promedio de casos nuevos confirmados por día, por millón de habitante en el mes de agosto.
2.- La mortalidad, definida como el promedio de muertes por COVID reportados por día y por millón de habitantes en el mismo período de tiempo.
3.- El número de pruebas para detectar COVID-19 hechas en agosto, relativo al número de casos detectados. Es decir, cuántas pruebas se hacen por cada caso que es detectado.
México, gobernado -es un decir- por Andrés Manuel López Obrador, aparece en el lugar número 68 de 91, con los siguientes números: 44.4 casos nuevos en promedio por cada millón de habitantes, 4.5 muertes nuevas por día, por cada millón, con 1.9 pruebas por cada caso detectado.
En la misma tabla hay 19 países que tienen menos de 5 casos nuevos por millón. En general todos estos países hacen más de 100 pruebas por cada caso detectado. Siguen 16 países que reportaron entre 5 y 10 casos nuevos por millón, 37 países entre 11 y 50 nuevos casos por millón, ocho países que reportan entre 51 y 100 casos nuevos por día por millón de habitantes y once que reportan más de 100 diarios.
Sin embargo, los 90 países de la lista hacen significativamente más pruebas que nosotros. México es el país que menos pruebas hace, con 1.9 por cada caso y por lo tanto es el país con menor detección de COVID, por lo que los 44.4 casos nuevos por día por millón de habitantes son bastante menos que la realidad. De ahí que solo parte del exceso de mortalidad que hemos registrado en el país en este año se explique por COVID, ya que hay un porcentaje considerable de defunciones que deben ser por COVID, pero no son registradas como tal, porque no fueron detectadas.
El dato más importante quizá. Los primeros 19 países de la lista, la mayoría de Asia, pero resalta la presencia de Uruguay y Cuba, reportaron en agosto 0 muertes y 48 países más reportan mortalidad entre cero y un caso al día por millón de habitantes. Me parece que estos datos muestran claramente que no hemos hecho lo mejor, ya que muchos otros países, lo han hecho mejor. Lo que deberíamos estar haciendo ya, es lo que sea que estén haciendo esos países. Un común denominador es por supuesto el alto número de pruebas por cada caso (que va de 169 a 3,368 pruebas por caso), lo que seguramente ha sido determinante en contener los contagios al identificar a los casos positivos con pocos o nulos síntomas.
Dado los números tan aparatosos que comento arriba, los gobiernos de los diferentes países deberían de revisar con detenimiento esta publicación, olvidarse de la demagogia de tratar de convencer a la población que su estrategia ha sido la mejor y encaminarse a imitar lo que han hecho en otras regiones. Lo mejor es comportarse como científico, que consiste en analizar con detalle los datos y responder en consecuencia.
Fuente: Crónica