El último baile no pudo haber llegado en un mejor momento. Después de que ESPN adelantara su estreno debido a la ausencia de deportes, la serie documental se convirtió en nuestra única fuente de adrenalina deportiva. El producto final es un ejercicio extremadamente entretenido y bien logrado, que profundiza lo suficiente para ser considerado uno de los relatos definitivos sobre una de las figuras más influyentes del deporte y la cultura pop.
El último baile se concentra en la temporada 1997-1998 de los Chicago Bulls, encabezados por Michael Jordan. La serie aprovecha la oportunidad para contar la historia completa de la dinastía de la NBA, deteniéndose a explorar a sus integrantes más importantes y su impacto cultural. Por supuesto, su protagonista es Jordan, para bien y para mal. El documental fue aprobado por él, lo cual podría poner en duda su definición de la verdad. Evita las dudas aprovechando una enorme cantidad de entrevistas que en ocasiones contradicen o ponen en duda la versión de Jordan. Permite que saquemos nuestras propias conclusiones, a pesar de que Michael siempre tiene la última palabra. Pero de cierta forma, por eso El último baile es su documental definitivo: es su versión de la historia, competitiva y dominante contra la versión de sus oponentes.
La realización del documental es magnética y divertida. La música de licencia nunca se siente obvia, encaja perfectamente con la narrativa y época de cada momento, y juega a la perfección con los montajes. Ver a Jordan anotar 63 puntos con “I’m Bad” de LL Cool J de fondo es un agasajo, además de concordar temáticamente con la agresión de Jordan y el ritmo de la secuencia. En otro momento, “Partyman” de Prince representa el ascenso de MJ como el mejor jugador de la liga después de su primer MVP y premio al jugador defensivo del año. Cada canción no sólo eleva la realización y enriquece el montaje, sino que es una herramienta narrativa más a disposición del director Jason Hehir.
Cada secuencia e historia de El último baile es tan hipnótica que su montaje global a veces juega en su contra. Sus saltos en el tiempo son claros, pero pueden ser desconcertantes cuando estamos tan involucrados con los hechos de la época en la que estábamos. Después de cada cambio de año, la especificidad del documental también puede llegar a confundir a quien no esté bien familiarizado con los elementos de la historia. Es un problema difícil de resolver, pero que afortunadamente rinde frutos en más de una ocasión, cuando una historia del pasado complementa los hechos de 1998.
La música original en ocasiones se siente como música de stock, aunque la edición ayuda mucho a que sea suficiente y los momentos conecten como deben. La clave del funcionamiento de El último baile es que conoce bien sus herramientas y las utiliza con prudencia. Ideas tan sencillas como darle un iPad a Michael Jordan para que reaccione a otras entrevistas ejemplifican el valor del documental. Tiene tanto material que se puede permitir no abusar de ninguna de sus cartas fuertes. No rompe paradigmas ni busca trascender como un retrato que desarme a su protagonista, pero su profundidad no puede ser subestimada. Imperfecto, sugestivo y totalmente entretenido; El último baile y Michael Jordan se merecen el uno al otro.
Fuente: Cinepremiere