A través de las jornadas de alfabetización que cada año realiza el Centro Universitario de Participación Social (CUPS) de la BUAP, este año la meta es enseñar a leer y escribir a 600 habitantes y beneficiar a mil 500 más con trabajos comunitarios, de 54 poblaciones de los municipios de Chignahuapan, Tepeyahualco, Pahuatlán y Honey. Al presenciar de cerca esta labor, el Rector Alfonso Esparza Ortiz sostuvo que los alfabetizadores son un orgullo para la Institución: “Su labor es admirable, se entregan totalmente y buscan una conexión con los alfabetizados, por lo que son un ejemplo a seguir”.
Durante dos días, el Rector Alfonso Esparza Ortiz visitó tres casas alfabetizadoras en esas comunidades rurales enclavadas en la sierra poblana y convivió con algunos de los 91 estudiantes de la BUAP que participan en la onceava edición de dicha campaña, quienes le explicaron su forma de trabajo y organización. De igual manera, presenció las clases en las que los beneficiados le expresaron su agradecimiento por apoyar esta iniciativa.
Al formar parte de una de las asambleas y destacar la importancia de este trabajo altruista, sostuvo que los alfabetizadores -estudiantes del nivel medio superior y algunos de licenciatura- son un orgullo para la BUAP.
Tras una larga travesía, reconoció el esfuerzo de cada uno de los jóvenes, quienes, a pesar de resistencias y obstáculos, están dispuestos a enseñar y no rendirse hasta cumplir su cometido, durante las nueve semanas en las que transcurre la jornada en comunidades rurales de las sierras Norte, Negra y Nororiental del estado. “Es una experiencia enriquecedora, la cual constituirá parte de su formación integral”, afirmó el Rector.
Más tarde, los invitó a enfrentar las dificultades y amoldarse a las situaciones para desarrollar su tarea de la mejor manera posible. “Gracias por hacerme parte de esta experiencia”, expresó sonriente, mientras las manos de los alfabetizadores se agitaron en señal de apoyo.
Durante poco más de dos meses, los jóvenes vivirán en cinco centros de operaciones, instalados en los municipios de Chignahuapan, Tepeyahualco, Honey y Pahuatlán. Además, participan 10 coordinadores y estudiantes de licenciatura de la BUAP, quienes realizarán actividades en apoyo a las comunidades.
Una presencia palpable
Después de mediodía inicia el viaje. Tras dos horas de camino de la ciudad de Puebla, se llega a Villa Cuahtémoc, una pequeña comunidad del municipio de Chignahuapan. Aquí es la primera vez que se pone en marcha la campaña: 137 personas están dispuestas a aprender a leer y escribir.
El reloj marca las 15:00 horas. Los jóvenes alistan sus materiales para las clases, mientras otros terminan de comer. El Rector Alfonso Esparza Ortiz es recibido con asombro y se acerca dispuesto a conocer de viva voz la noble labor de los estudiantes de preparatoria: la alfabetización.
La presidencia municipal de esta pequeña comunidad de poco más de mil habitantes es su hogar. Una gran habitación fue dividida en diferentes áreas: cocina, archivo escolar, limpieza, mesa de coordinadores, espacio para las mochilas, promoción de la creatividad y biblioteca.
Con emoción, los jóvenes muestran cada una de las áreas. Comentan acerca de la asignación y planeación de las clases, las gráficas de asistencia por semana y las actividades extras para vincularse con la población, como preparación de ciertos alimentos y talleres de astronomía.
Todo tiene un orden y tiempo. Despertarse, inicio de las actividades para cada brigada, preparación de clases, comer y asambleas son algunas de las labores definidas en un horario escrito en el muro. La planeación mensual de los alimentos también está a la vista. Son características compartidas con el resto de las casas alfabetizadoras.
La creatividad brota por todas partes, pero en especial en la creación de materiales didácticos para facilitar las clases. Un cono de huevo con sílabas se asoma en la mesa, sin quedarse de lado la máquina expendedora de letras en taparroscas. Diversos juegos de mesa como serpientes y escaleras, rompecabezas y memorias, todos relacionados para formar palabras y frases.
El Javi y la Gabi se van a casar, no se han casado por falta de agua. Tiro lo tiro, tiro liro liro. Desde la bodega, responde Héctor: ¡Que se haga la boda que yo pondré el agua! Tiro lo tiro, tiro liro liro… Las canciones populares también son parte de la enseñanza, así se muestra en la casa alfabetizadora de la comunidad de Xolotla, en Pahuatlán.
Tiempo de clase
El reloj está cerca de marcar las 16:00 horas. Es tiempo de impartir las clases. Los jóvenes toman pizarrón y mochila en mano para dirigirse a las camionetas. Sus alumnos los esperan con cuadernos y libros en mano, después de su jornada laboral.
Leer y escribir son habilidades que todas las personas deberían saber. Sin embargo, para algunos representa casi un lujo. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2015 en México habían 4 millones 749 mil 57 personas, de entre 15 y más años, que no sabían leer ni escribir.
Con el método de alfabetización de palabra generadora de Paulo Freire y diversas estrategias, por las tardes los 91 alfabetizadores de la BUAP se convierten en maestros. Es un trabajo social que los estudiantes hacen de forma voluntaria, no tienen ninguna retribución económica ni académica. Es convicción.
No importan la distancia ni las inclemencias del tiempo, los jóvenes están convencidos de instruir y ver cómo sus alumnos aprenden, primero a escribir su nombre y luego a leer.
- En estos últimos meses creo que he descubierto más cosas sobre mí, las cuales han provocado un gran cambio en lo que soy ahora, dice un fragmento de la descripción escrita por Karla Parra Solar, pegada en el muro de la casa alfabetizadora en Villa Cuahtémoc.
Después de compartir el pan y la sal con los alfabetizadores, acompañado de Mirta Figueroa Fernández, directora del CUPS, el Rector se alista para emprender la travesía hacia la comunidad de Ajolotla, en Chignahuapan, para presenciar las clases.
En el trayecto se admira la naturaleza. Un camino rodeado por árboles, nopales y magueyes conducen al corazón de la sierra, mientras la laguna de Michac salta a la vista y una estampida de borregos impide el paso. El camino es terracería, pero no es un obstáculo.
A lo lejos se asoman casas de adobe con techos de teja incrustadas en el cerro. Cerca de los patios los cerdos y pollos pastan. El reloj marca las 17:30 horas, los ladridos se oyen a lo lejos. Los pobladores salen a pasear a caballo. La altitud, 300 metros más arriba que la ciudad de Puebla y tres grados menos. El viento es helado. El Rector Alfonso Esparza se acerca a una pequeña casa, para saludar a los beneficiados, quienes le expresan su agradecimiento.
“Nos gusta la clase. Hay partes fáciles y difíciles, como escribir y deletrear las palabras”, dice Doña Aída. Por su parte, habitantes de San Francisco Terrerillos, igualmente en Chignahuapan, afirman que las clases son un espacio de distracción y aprendizaje: “Es un rato para nosotros y nos servirá para enseñarles algo a nuestros hijos”.
Conforme las personas mejoran sus habilidades de lectoescritura, los alfabetizadores les enseñan temas de geografía, historia, ciencias sociales, civismo y matemáticas, para reforzar sus conocimientos.
Estamos hechos de historias
Un trayecto más realizado por la noche, en el cual el Rector Alfonso Esparza Ortiz decidió conducir una camioneta y pasar por los jóvenes, con destino a la casa alfabetizadora en la escuela primaria federal Francisco I. Madero, en Xolotla, en el municipio de Pahuatlán, comunidad en la que predomina la lengua náhuatl.
Luego de cenar, formó parte de la asamblea celebrada en punto de las 22:00 horas. Los alfabetizadores formaron un círculo. Se comentaron avances y dificultades, por ejemplo el esfuerzo de uno de los educandos por reconocer la grafía de las vocales, formación de nuevos grupos los fines de semana, emprender acciones de difusión de la campaña con el objetivo de sumar a más pobladores y peticiones de iniciar más temprano la jornada, para ayudar a una familia en la plantación de café.
En esta convivencia con los jóvenes, en una noche húmeda-calurosa, el Rector de la BUAP constató que no sólo los habitantes de comunidades marginadas aprendieron las primeras letras, sino que también sus alfabetizadores se retroalimentaron de las experiencias de vida de sus alumnos.
A la mañana siguiente, el último punto de visita fue el municipio de Honey, localizado en la región de Huauchinango, al norte del estado. En este lugar, el Rector también observó cómo los estudiantes utilizaron sus vacaciones en esta labor y aprendieron a ser más independientes al instalarse en las comunidades durante las cuatro semanas del programa.
“Gracias por hacerme parte de esta experiencia y ser testigo de su gran labor, así como un miembro más de ustedes”, expresó. El contacto del viento con la milpa rompe el silencio.