Este año he hablado mucho en mi columna sobre las prioridades, que son el pilar de cualquier plan de vida. Esto incluye, desde luego, el aspecto financiero.
Hace poco, durante una sesión de coaching en finanzas personales, me sorprendí al platicar con una pareja. Siempre tomo un tiempo para entender las prioridades de las personas con las que trabajo, porque la idea es encontrar la manera de alcanzarlas.
Andrea y Jaime como los llamaré en este artículo (desde luego no son sus nombres reales) son una pareja con tres años de matrimonio, ambos a principios de sus 30. Se llevan bastante bien y por ello tomaron la sesión juntos, como siempre recomiendo.
Sus finanzas personales las manejan de forma separada, pero comparten gastos y es un acuerdo que les funciona bien. Sin embargo, tienen pocos ahorros y les interesa ver la manera de formar un patrimonio. Sus metas son terminar de pagar la hipoteca y empezar a ahorrar para su retiro.
Hasta aquí todo estaba muy bien. Les pregunté entonces sobre sus prioridades: ¿qué es lo más importante para ellos?
Jaime empezó a contarme cómo les encantaba viajar juntos y tener experiencias extremas. Habían hecho varias cosas: escalar y bajar a rappel, salto en paracaídas, los rápidos, parapentes, entre otras. Esto era lo que él más disfrutaba en la vida e incluso ya había investigado algunos destinos en el extranjero, con paisajes hermosos, para seguirlas coleccionando.
Ella también lo disfrutaba mucho... Pero la noté un poco pensativa, incluso distraída. Como si no estuviera tan convencida, como si quisiera decir algo pero sin saber cómo. Entonces le pregunté: “Y para ti, Andrea, ¿qué es lo más importante en la vida?”.
“Ser madre”, me dijo. Sólo dos palabras cortas, que Jaime no había escuchado nunca. Se sorprendió muchísimo. “¿Por qué no me lo dijiste?”, preguntó. Andrea le respondió: “Siento que tú no quieres lo mismo”.
Empezaron entonces a hablar. No es que Jaime no quisiera tener hijos: simplemente nunca lo había pensado. Andrea tampoco, hasta que su hermana mayor fue madre y empezó a sentir esa misma necesidad. Ambos sabían que tener un hijo modificaría, de manera sustancial, el estilo de vida al cual estaban acostumbrados.
Les sugerí posponer la sesión para que tuvieran la oportunidad de conversar como pareja. Que hablaran de esto juntos y tantas veces como fuera necesario. No había prisa.
Algunas semanas después me volvieron a buscar. Habían tomado la decisión de intentar tener un hijo dentro de dos años.
Querían entonces aprovechar ese tiempo para hacer dos o tres viajes a diferentes destinos en el extranjero, para hacer turismo de aventura, sin dejar de lado la creación de un fondo de emergencias —poco a poco— e iniciar su ahorro para el retiro, aprovechando el plan que ofrecía la empresa donde trabajaba Jaime.
Me dio gusto que lo hayan hecho de esa manera. Este proceso hizo que se les viera más enamorados, más compaginados que antes. Pero además me hizo recordar algunas cosas importantes que quiero compartir:
Nuestras prioridades en la vida van cambiando. Nuestras necesidades como personas y como pareja, también. Por eso ningún plan puede estar escrito en piedra: debe ser lo suficientemente flexible para adaptarse a las nuevas circunstancias.
Muchas parejas se separan no tanto por falta de comunicación, sino porque aunque en algún momento sus prioridades estaban alineadas, cada uno ha evolucionado en una dirección distinta. Es triste, pero se vale. Es más triste quedarse en una relación que no refleja lo que uno quiere de verdad.
También hay cosas en la vida que son inevitables: como el fallecimiento o el retiro. Para éstas hay que planear siempre. Desde luego, el monto necesario puede cambiar a medida que nuestros ingresos —y necesidades— lo hacen, pero no debemos posponerlas por ningún motivo.
Fuente: http://eleconomista.com.mx/finanzas-personales/2016/05/16