No importa dónde está el hotel. Salvo para ir a la playa privada, los turistas rara vez salen del complejo. Y la fórmula es la misma: mar turquesa, animación a toda hora y un buffet libre.
“El turista paga por la ilusión de comer sin límite, beber sin límite, descansar sin límite, entretenerse sin límite”, lanza sin preámbulos Roberto Gárriz en las primeras páginas de All Inclusive, su novela más reciente.
Gárriz es porteño. Ha publicado cuentos en antologías y revistas literarias. Es fundador e integrante del Consejo Directivo de Odradek.
Dice que el disparador del libro fueron dos estadías en complejos all inclusive, uno en 2009 y otro en 2012 (en Brasil y México respectivamente, siempre en familia).
“Me rompió la cabeza pensar en todo el sistema de gente trabajando ahí, de todo lo que no se ve. Tengo la impresión de que hay un inframundo que no conocemos".
Tu libro, aunque es ficción, tiene cierto tono de denuncia.
-Podría ser. No me propuse alertar al mundo. No es un libro de investigación, es una ficción donde incluyo aquello que me hace ruido.
Más allá de lo que viviste, ¿buscaste información extra para escribir el libro?
-Empecé a hablar con los empleados primero, después con los responsables de Recursos Humanos. Hasta que en un momento me dijeron “basta”. Pregunté cosas como: qué hacen con la comida que no se come o cuántos vasos de plástico desechan al día, y no les gustó nada.
En la novela mencionas que las bebidas están rebajadas y que al barril de cerveza se le añade un chorrito de detergente para crear más espuma, ¿lo inventaste?
-Lo de las bebidas rebajadas es real. Lo de la cerveza con detergente lo inventé yo, pero después le pregunté a un gastronómico y me dijo que él había escuchado el mismo rumor.
En tu novela, el turista all inclusive queda bastante ridiculizado. Y para peor, tiene cero conciencia ambiental.
-Estoy a favor del cliché, del turista grosero (en el sentido de ordinario, además de gordo), de la diversión obligatoria, del sexo entre turistas y empleados. Me parece que rinde.
El tema de la seguridad está muy presente en la novela. ¿Qué te llamó la atención?
-El turismo en general vende seguridad. En las playas de Brasil, por ejemplo, me chocó ver a los guardias vestidos de negro, con armas largas, como si fuera a desembarcar un barco pirata. Y tú en short y chanclas. Es muy fuerte.
Pero el verdadero riesgo que corre el turista es aburrirse. Sobre todo de su familia. Por eso siempre hay actividades a toda hora, para todas las edades, con todos los miembros separados.
¿Volverías a ir a un all inclusive?
-A los que participan no los metería presos, simplemente no participo en ese ritual.
Pero si vas a uno, estás participando...
Es cierto. Y sí, volvería a ir (ríe).
(Con información de La Nación de Argentina)