El Ritz de Londres, el mejor restaurante del mundo

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 03-02-2019

"The most beautiful dining room in the world". El comedor más hermoso del mundo. No lo decimos nosotros, que también. Así se conoce al restaurante del que fue el hotel más lujoso (también del mundo) en su creación. Hoy, ciento trece años después, The Ritz Restaurant sigue siendo un icono.

No ha cerrado sus puertas jamás desde que las abriera en 1906. Ha sobrevivido a guerras, crisis, monarcas, "premiers" y escándalos. Cuentan que a Eduardo VII los pasteles del Ritz le alegraron, y quizá precipitaron, los últimos años de su vida. Churchill, Eissenhower y De Gaulle se reunían habitualmente en una de sus suites. La Dama de Hierro pasó a mejor vida en otra y Rita Hayworth se quitó más de una vez el guante en sus salones.

Así es el Ritz. Y tras esa ristra de mitos nosotros, afortunados, con nuestras mejores galas, dispuestos a descubrir el misterio del magnetismo de este lugar. Pretendí asistir con ojo crítico, lo juro. Pensé en el hotel centenario, barroco, decadente, que pide a gritos una puesta al día y un lavado de cara en todos los aspectos, también el culinario. Eso pensaba, hasta que crucé la puerta de la calle Arlington y me acordé de la Roberts, que se paseó por aquí arriba y abajo rodando "Notting Hill", y de aquella frase que le decía a Richard Gere en "Pretty Woman" cuando terminaban de ver La Traviata.

Me hacen los ojos chiribitas. Y no me importaría estar unos minutos dando vueltas en aquella puerta giratoria solo para repetir el efecto una y otra vez, mientras me dan las buenas noches, "sir", "gentleman", guante blanco en la charretera. Mira, yo no iba a sacar el móvil, por aquello del catetismo, pero no hay nadie que no lo saque en ese fulgurante corredor de entrada, que hace las veces de lobby, y no monte un "shooting" en toda regla.

A la derecha, el bar Rivoli, a imagen y semejanza del del Orient Express. A la izquierda, el opulento Palm Court dedicado al ritual del té cada día, el mismo que Mick Jagger se quedó con las ganas de tomar porque no iba adecuadamente vestido, o eso se le escapa a alguna lengua confidente de la que tiramos sin parar. Sí, en el Ritz de Londres, para el té y para el restaurante, aún hay que ir con corbata. Porque es el Ritz de Londres.

A la derecha otra vez, la entrada casi secreta al Ritz Club, restaurante casino y bar, ida de olla del barroquismo eduardiano más absoluto. No me extraña que a Johnny Depp se le fuera la mano con el whisky irlandés en esa barra, a mi también se me iría hasta colgarme como Sia del "chandelier" a partir del quinto magistral combinado que me sirvan. Aquí no es que uno vea doble. Es que ve al mismísimo César Ritz.

Más allá, de nuevo a la izquierda, se abren las dependencias de la mansión de la familia Kent, del siglo XVIII, que se añadió al hotel con un chocante estilo renacentista italiano. Aquí están las suites de la reina Isabel con su habitación ovalada, un logro arquitectónico símbolo de estatus, y la del Príncipe de Gales. Aquí también Mario Testino y Anne Wintour dirimieron la portada de aquel "September issue" en el fastuoso salón William Kent y le daban vueltas a organizar una fiesta en el mismo. Yo también.

Y "last but not least", tras pretender tocar cada columna de mármol, sentarnos en cada sillón Luis XVI y hasta robar sí, robar muchas cosas, el restaurante. Es, en efecto, un limbo entre Titanic, Downton Abbey y The Crown. De hecho, tras epatarnos con la estancia y acomodarnos en una mesa junto a la pared espejada y dando la espalda a los inmensos ventanales que miran a Green Park, cotejo que tengo detrás a dos octogenarios a los que me quiero parecer cuando sea mayor y que podrían estar recién desembarcados del famoso transatlántico si hubiera llegado a buen puerto.

Pero también a algún que otro joven que pretende sorprender a su "lady" particular o animados grupos de americanos que recuerdan los sonadísimos encuentros de Eduardo VIII y Wallis Simpson que aquí tuvieron lugar. Las comparaciones son inevitables porque este salón es pura historia. Y lo fuerte es que vuelve a la vida cada noche, como entonces, pero ahora. Y no cae en el disfraz. Esto no se ve todos los días. Qué va. 

Esto requiere burbujas, aquí no pega otra cosa. Sirven una copa de la reserva especial Barons de Rothschild elaborada especialmente para el Ritz utilizando solo los mejores Grand Crus de la familia. ¿Más, "sir", "gentleman"? Me deja usted aquí la botella por favor, que esto tampoco se ve todos los días.

Fuente: Esquire

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